El cambio climático es una cruda realidad que nos afecta a todos por igual, ya que estamos dirigiendo a nuestro planeta a una inevitable destrucción. Si hace unos años nos sonaba remoto e incluso exagerado, ya no podemos negar la evidencia de que está pasando.
Si seguimos lanzando a la atmósfera los llamados gases de efecto invernadero -principalmente, el Dióxido de Carbono (CO2)– quizás lo que llamamos mañana sea sólo una vana esperanza. El problema de estos gases es que provocan una alarmante subida de la temperatura a nivel mundial, ocasionando gravísimos efectos adversos sobre el clima: deshielo, escasas precipitaciones, catástrofes naturales, etc.
El catálogo de calamidades fruto del calentamiento es extenso. En lo que respecta a los océanos, son los encargados (junto a los bosques) de absorber parte del C02 emitido. Sin embargo, sus aguas están sufriendo tal contaminación que la fauna marina tiende a desaparecer. Eso sin contar que arrasarán con costas enteras, modificando sustancialmente la geografía terrestre.
Debemos despertar y tomar consciencia, o se producirá un peligroso aumento de otros tres grados en el termómetro mundial, que nos llevará a perder especies naturales, recursos hidráulicos y quién sabe cuántas cosas más.
Reciclar diariamente, evitar el uso excesivo de vehículos, apostar por las energías alternativas… Son gestos tan básicos y sencillos que si todos lo hiciéramos reduciríamos en gran medida las emisiones. Todo beneficiará a nuestro bolsillo y paliará la destrucción que se cierne sobre la Tierra.
Marquémonos un objetivo real: de aquí al 2020 hay que reducir la emisión de C02 en un 40%, lo necesario para paliar la situación y empezar a respetar nuestro planeta, nuestro único hogar.
Este post pertenece a la acción «100 posts sobre el cambio climático».